Hace una década una nueva palabra se incluía en las conversaciones habituales de tratamientos de belleza: botox. Fue un boom que empezó a coger una fama considerable dados los buenos resultados que empezamos a ver, especialmente en rostros populares y celebrities. Con el tiempo, ese éxito también empezó a rodearse de una “mala fama” debido a que en muchas ocasiones veíamos caras que carecían de expresión y se mostraban casi inmovilizadas.
En este punto cabe destacar la importancia de que el botox es un tratamiento estético que siempre ha de ser aplicado por profesionales médicos que tengan un conocimiento muy exhaustivo de la musculatura facial. Solo así es como se puede evitar que una infiltración en el lugar equivocado paralice ese músculo y te proporcione ese efecto tan antiestético de inmovilidad. De hecho, el botox se inyecta para disminuir la fuerza de contractilidad de los músculos, pero nunca para paralizarlos.
También es importante saber que nuestro rostro puede presentar 2 tipos de arrugas: las estáticas y las dinámicas. Las estáticas son las que no se producen a causa de nuestra gesticulación, sino que aparecen debido al empeoramiento que sufre la piel a causa de daños solares. Estas arrugas no se van con el botox. Las dinámicas son las que se producen con la contracción del músculo, un movimiento al que acompaña la piel y que va causando las conocidas como líneas de expresión.
Las arrugas dinámicas sí que son susceptibles de ser eliminadas o minimizadas con la correcta aplicación de botox. En estos casos, la toxina produce una micro relajación y como consecuencia de ello, la piel también se relaja. Sus efectos son mucho más beneficiosos en personas que inician el tratamiento cuando la arruguita empieza a asomar, por lo que su eficacia puede verse notablemente disminuida en el caso de arrugas más profundas. Su aplicación está especialmente indicada para frente y comisura de los labios.