El primer recuerdo que tengo de un autobronceador es una piel a manchas en tonos amarillentos… afortunadamente, muchas cosas han cambiado desde aquella primera aplicación. Por un lado, la experiencia (que siempre es un grado), y hacer caso de los consejos que cada producto da en sus indicaciones; por otro lado, el gran avance que estos productos han experimentado, donde cada vez se logran colores más dorados y naturales. Luego vinieron las cabinas de autobronceado, tanto faciales como corporales, pero para las que necesitas una serie de pautas para evitar contraindicaciones, y no todo el mundo puede hacer uso de ellas.
Por último, lo más de lo más, el autobronceador con pistola, un sistema rápido, seguro, y nada dañino, puesto que lo que hace es “colorear” tu piel, como si le pusieras un maquillaje semipermanente. Para este método existen dos modalidades: la cabina cerrada donde tú, una vez desnuda, accionas un botón y te cae una leve ducha con el producto; o bien el cubrirte con un tanguita desechable y que una empleada del centro te vaya disparando con una pistola de aerosol el producto, de un modo homogéneo, por todo el cuerpo y cara.
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