Soy mujer, joven y moderna. Mi entorno está ligado directamente a dos mundos fascinantes, por un lado, la imagen vista desde la estética; y por el otro, la imagen desde la perspectiva de la publicidad. Debatir la combinación de ambos mundos, delante de un café, y absorber todos los puntos de vista… no tiene precio. Puede que parezca una utopía, pero mi propuesta publicitaria para las campañas de tratamientos de belleza llevaría una mayor carga presencial de mujeres reales, que son, al fin y al cabo, el consumidor final al que va dirigido dicho producto.
En un post anterior ya manifesté que estoy en desacuerdo con la incorporación del photoshop a los carteles publicitarios, pues del mismo modo, tampoco me gustan los anuncios que muestran unas pestañas kilométricas y un poco más abajo, en un cartel casi ilegible, aparece un asterisco que te indica que ese efecto ha sido exagerado por ordenador en un 80%. Luego el cliente va a la perfumería, y las quejas por el mal resultado se las lleva la pobre señorita que defiende dicha marca detrás de un stand. Pues no me parece justo para ella ni para nosotras.
Hoy te traigo 2 fotografías que a mí me animarían mucho más a realizar tratamientos anti-edad y anti-manchas, que los típicos publicitados por niñas de 20 años más blancas y lisas que el culito de un bebé. Estas imágenes muestran los resultados reales de tratamientos realizados en mujeres reales, en señoras que van al super y compran el tinte que anuncia la actriz de moda.
¿Acaso las que estamos un poco gorditas no tenemos derecho a teñirnos? ¿Si tenemos granos en la cara ya no podemos pintarnos las uñas? ¿De verdad necesitamos aparentar ser unas veinteañeras toda la vida? Me encanta el mundo de la estética, me encanta compartir trucos y consejos, me encanta ir a la moda, pero sobretodo, me encanta conocer mis limitaciones y no dejarme engañar por productos milagro que pretenden arruinar mi vida si no me quito de encima los últimos 10 años que ya he vivido.