El sueño es un período necesario para el organismo para recuperarse de todas las agresiones del día. Cuanto más corto sea, menos tiempo tendrá el cuerpo para llevar a cabo esos procesos regeneradores, que en el caso de la piel incluyen, entre otros, la producción de colágeno tipo I. Este colágeno no sólo es uno de los principales responsables de la firmeza cutánea, además, mejora la unión entre dermis y epidermis y, con ello, la capacidad de la piel de retener agua. La falta de sueño también altera en gran medida la producción de la hormona del crecimiento. Ésta contribuye a la creación de masa muscular, que tendemos a perder con la edad; engrosa la piel, que se afina y adelgaza con los años, y fortalece los huesos.
De pequeñas, generamos esta hormona a raudales, pero ya de adultas, creamos poca y prácticamente sólo durante el descanso, que resulta imprescindible para mantener su producción. El sistema inmunológico también se ve afectado por las noches cortas. Cuando dormimos poco, disminuye el número de glóbulos blancos y se reduce la actividad de los restantes, además de bajar el nivel de citoquinas. Esto nos hace más propensas a caer enfermas y torna la piel más sensible, con mayor potencial de sufrir alergias e irritaciones.
El cuerpo requiere su tiempo de descanso para reponer el equilibrio hídrico, así como para un buen drenaje. Por eso, pesamos menos por la mañana que por la noche, cuando tenemos más líquido acumulado. Si no dormimos lo suficiente, toda esa agua se acumula en el organismo, provocando esa molesta sensación de hinchazón. No sólo eso, la circulación sanguínea también se resiente, por lo que la piel se ve más apagada y se hacen visibles las ojeras. Se estima que un sueño reparador debe rondar alrededor de 8 horas.