Pertenezco a una generación a la que lo más importante que podía ocurrirte en verano era ser la más morena de tu pandilla. Nos tirábamos al sol como langostinos a la plancha, vuelta y vuelta durante horas. A esto le añadíamos el hecho de que no utilizábamos ningún tipo de protección, sino únicamente productos que bronceaban rápidamente. Eso por no nombrar a alguna que se echaba aceite de la cocina directamente sobre la piel.
La cultura del bronceado estaba muy arraigada y apenas teníamos ninguna información sobre los riesgos y consecuencias que estas atrocidades nos podían traer. Es verdad que tu madre siempre te decía “ponte crema, que te vas a quemar”, pero eso nos lo tomábamos como una de tantas cosas que dicen las madres (siempre por nuestro bien) y que tan poco caso solemos hacerles. Lo peor que nos podía pasar era estar rojitas y doloridas un par de días.
Con los años, empezaron a aparecer datos muy significativos y alarmantes sobre el aumento del cáncer de piel, algo que afortunadamente no ha ocurrido en mi entorno. A raíz de ese dato, cada vez que llega el verano todos los informativos se llenan de reportajes advirtiendo de los peligros de tomar el sol sin precauciones. Peligros a los que también debes sumarle lo antiestético de las manchas irregulares que va dejando en tu piel. Algo que ahora ya no debería ocurrir gracias a las continuas campañas que hay de concienciación.
A día de hoy no puedo entender que haya chicas jóvenes con manchas en la piel. Hay mucha información al respecto y una gran variedad de productos solares que te permiten lucir un precioso bronceado a la vez que protegen la piel con total cobertura. La piel joven se regenera muy rápidamente, por lo que esas manchas pueden desaparecer y más si te exfolias. La peor consecuencia puede llegar en la edad adulta cuando ya sea tarde para ponerle remedio a algo que pudiste haber evitado. Protégete del sol y podrás estar tan guapa como sana.